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El límite difuso: Tríptico ad futurum




                                                                         I

Cuando el mar penetra tierra adentro
con su ejército de peces desahuciados
nadando a contracorriente del tiempo desencauzado,
hay un fragor de aves migratorias,
perdido su rumbo,
sin conciencia de la ubicación del invierno,
anunciando a las rocas sin nidos
la proximidad de la muerte.

Muerte temprana, río arriba.
Mar que se adentra y no espera
la desembocadura natural,
con su aluvión de restos de recuerdos,
antes del sedimento necesario
del corazón.
Río arriba la muerte,
el impaciente mar
con su dulce marea inescrutable.

Amigo del olivar y de la vieja torre,
tu vida no fue tu río
porque el mar vino a buscarte.

                 
***
                                                                       II

Próxima a mí, tu soledad me abraza
tus dedos me dibujan, tu corazón me nombra
y tu nombre me escribe la primera palabra.
Ojos para soñarte al apagar la luz
del mismo día siempre. El paisaje
no es ya el del dulce septiembre,
tan nítido en sus límites cromáticos.
Ha cambiado el verdor
o tal vez sean los iris los que ya no perciben
el ámbito del ojo.
¿Ahora dónde estamos?
Tu soledad me abraza.
Los dos yacemos fríos sin nieve presentida,
nuestros labios tan juntos.
Ese gélido beso nos congela la voz
y el tibio corazón se hiela en la memoria
del eterno recuerdo,
porque un niño impreciso contempla ensimismado
nuestra fotografía una tarde de invierno
del futuro imperfecto.

                  ***
                                                                       III  

Las rosas sobre el mármol
me prestan este instante
de silencio en tus ojos.
Fueron mías las palabras
que ves aquí grabadas.
Las escribí una noche
en que la nada vino
disfrazada de música.
De aquella eternidad
esto es lo que nos queda.
Pero, dime, ¿eres tú?
Percibo en las estrellas
el frío (sí, digo el frío),
el frío del verano.

                  ***

Comentarios

  1. Mariela (Malena)06 diciembre, 2014

    Me encantó, Miguel. La segunda parte de este tríptico es, sencillamente, be-llí-si-ma.
    La última, hermosamente desoladora.

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